Para Alfonso Múnera Cavadía
En el capítulo de sus inefables Memorias dedicado al beisbol, el crítico e historiador de la cultura cubana Roberto González Echevarría, postula la tesis de que su principal aporte al conocimiento del devenir del juego de pelota en la Isla—en su monumental e influyente libro The Pride of Havana. A History of Cuban Baseball[1]—, fue establecer una identificación profunda entre las nociones de Patria y Beisbol, lo que explicaría que el deporte decimonónico se convirtiera en una poderosa narrativa de identidad nacionalista, otredad simbólica y parte sustantiva de la cultura de raíz popular.[2]
Esta sutil afinidad entre Patria y Beisbol, puede ser útil también para comprender los procesos de construcción de las identidades nacionales, regionales y locales, en varios de los países que conforman la geografía que llamamos metafóricamente “Mediterráneo Americano”, Gran Caribe o Cuenca del Caribe. En el contexto de esta gran suma de islas, archipiélagos y tierras ribereñas, nos encontramos con una enorme diversidad étnica, cultural y lingüística, territorios que provienen de experiencias coloniales distintas, que hablan como mínimo cinco lenguas diferentes (español, inglés, francés, holandés y creole) y que sin embargo reivindican ciertos rasgos comunes, en términos de identidad cultural, sincretismos religiosos, gustos gastronómicos, jerarquías de la cultura popular, sentidos del ritmo y la improvisación, prácticas de resistencia y luchas emancipadoras. Ello no obsta para que, por otro lado, y como señala uno de los más importantes estudiosos de esta realidad, el ensayista cubano Antonio Benítez Rojo, se trate también de un grupo de sociedades que se caracterizan por su fragmentación, su inestabilidad, su desarraigo, su reciproco aislamiento, su falta de historiografía, su contingencia y su provisionalidad. [3]
Un punto neurálgico dentro de esta cartografía lo son Las Antillas, que en su totalidad presentan una condición de puente telúrico entre las dos grandes masas continentales de América. A esta circunstancia de referencialidad múltiple, es a lo que Benítez Rojo llama un “Meta Archipiélago”, una “Isla que se repite”, cuyo centro espacial es muy difícil de precisar y cuyos bordes históricos y geofísicos sobrepasan los límites del Mar Caribe, y se inscriben en otros contextos y geografías distantes. Según este paradigma conceptual del Caribe, estaríamos hablando de un escenario social altamente sofisticado, con un amplio espectro de códigos culturales, un abigarrado entramado antropológico y una enorme densidad simbólica, expresada en no pocos paralelismos y contradicciones.
Entre los códigos culturales compartidos por una parte de las referidas tierras está el beisbol, llamado entre nosotros de manera coloquial “juego de pelota” o sencillamente “pelota”. Decía el gran estudioso estadounidense Peter Bjarkman, que los cubanos habían sido “Los apóstoles del beisbol”, en el sentido literal y alegórico de esa acepción, es decir, los propagadores o divulgadores de una doctrina, que en este caso era la práctica deportiva. Llegado tempranamente a la Isla desde el sur de los Estados Unidos (Alabama), en 1864, rápidamente se ganó un espacio en el tejido social y en el imaginario político de los criollos ilustrados, y desde allí se irradió con fuerza al sureste mexicano (Yucatán y Veracruz), pasando por la República Dominicana, Puerto Rico, la costa Caribe de Centroamérica, hasta el litoral atlántico de Colombia y Venezuela. En ello influyó decisivamente la gran diáspora de patriotas, muchos de ellos intelectuales de renombre y profesionales industriosos, que se asentaron en esos territorios a lo largo de más de tres décadas, desde el inicio de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) hasta el fin de la Guerra Hispano-cubano- americana en 1898.
Dentro de la relativamente escasa bibliografía caribeña sobre temas deportivos (desde una perspectiva cultural), Nueve innings. La cultura del beisbol en Cartagena y Bolívar, libro de la prestigiosa profesora de la Universidad de Cartagena de Indias, doctora Bertha Lucía Arnedo Redondo y su esposo, Felipe Merlano de la Ossa, hombre de larga trayectoria profesional como servidor público, decidido amante y conocedor de los deportes, en particular el beisbol, viene a enriquecer, de manera notable, el conocimiento y la comprensión cabal del lugar que ocupa el beisbol en la sociedad colombiana, y de manera particular en la ciudad natal de ambos, la histórica Cartagena de Indias, ese “Corralito de piedras y contrastes” como lo llaman cariñosamente sus autores.
El texto de Arnedo y Merlano, estructurado a la manera de un juego de pelota intelectual—en nueve capítulos o innings—, asedia, interroga y discute con honradez sobre el acontecer de la práctica deportiva, desde una perspectiva académica, multi y trandisciplinaria, que busca desentrañar procesos sociales y prácticas culturales, más que establecer polémicas estériles, conjeturar cargadas cronologías o ponderar eventos particulares. Es un texto de elevada complejidad, que rechaza las interpretaciones cálidas de la anécdota y el dato estadístico, y prefiere indagar en la relación del beisbol con los discursos del urbanismo, la arquitectura, el lenguaje, la música, el cine, los conflictos clasistas, laborales y raciales, los imaginarios populares y termina de manera muy estimulante con una sólida propuesta para declarar el beisbol Patrimonio Cultural del Departamento de Bolívar, sin discusión el territorio más pelotero de toda Colombia.
Se trata de un libro armónico y coherente, de lectura amena pero no por ello menos profunda. Bastaría mencionar tan solo la eruditísima reflexión sobre el devenir de los deportes en la literatura universal, que constituye el razonamiento del segundo capítulo, desde los clásicos antiguos hasta los grandes estudiosos modernos y contemporáneos (Huizinga, Callois, Bourdieu, Norbert Elías), que imbrican además disciplinas de tanta autoridad como la historia, la sociología, la antropología, la lingüística y el periodismo, para darnos cuenta del trabajo minucioso de búsquedas y construcción de un entramado epistemológico múltiple, desde el cual entender la lógica cultural y social del beisbol.
Arnedo y Merlano nos ofrecen una cartografía amplia y novedosa, en el contexto de su país, de cómo se introdujo el beisbol en el Caribe colombiano, contrastan las disímiles versiones y no ofrecen conclusiones definitivas. Entiendo, desde mi perspectiva de historiador del beisbol cubano, la importancia sentimental que podría tener demostrar la hipótesis del empresario, intelectual y patriota Francisco Javier Balmaseda (1823-1907), como iniciador de su práctica en Cartagena, en fecha tan temprana como los años posteriores a 1870, apenas una década después de su llegada a la Isla con los hermanos Nemesio y Ernesto Guilló.[1]
[1] Francisco Javier Balmaseda, oriundo de una de las primeras villas fundadas por los españoles en el primer tercio del siglo XVI, San Juan de los Remedios, fue un talento precoz, y con apenas doce años escribió sus primeros versos y publicó un drama titulado Eduardo el jugador (1835). Muy preocupado por el desarrollo cultural de su ciudad natal, promovió la creación de una biblioteca pública (1863), desempeñó la alcaldía y dirigió y colaboró en varios órganos de prensa. De talante emprendedor, se dedicó a la construcción de muelles y almacenes en la costa norte de Cuba. Comprometido con la revolución de 1868, fue detenido y enviado al presidio de Fernando Poo (1869). Logró escapar de la cárcel y, vía Nueva York, llegó a Colombia, la que hizo su patria adoptiva, donde fomentó el negocio azucarero y además publicó numerosos libros, editados buena parte de ellos en Cartagena de Indias.